Lo que el Jefe le dijo a Tom
¿Poesía? Eso es un hobby.
Yo corro modelos de trenes a escala.
El Sr. Shaw cría palomas.
No es un trabajo. No sudas.
Nadie te paga por eso.
Podrías publicitar jabón.
Arte, eso es la opera; o un repertorio–
The Desert Song.
Nancy estuvo en el coro.
Pero cuestionarse por veinte libras a la semana –
¿Estás casado, no es así?–
Has de tener coraje.
¿Cómo podría mirar al conductor del bus
A la cara
Si te pago veinte libras?
¿Quién dijo que era poesía, de todas formas?
Con diez años de edad
Puedo hacerla y rimar.
Tengo tres mil y deudas,
Un auto, cupones,
Pero yo soy un contador.
Ellos hacen lo que yo les digo,
Es mi compañía.
¿Qué haces tú?
Desagradables palabras pequeñas, desagradables palabras largas,
No es saludable.
Deseo lavar cuando conozco un poeta.
Ellos son Rojos, adictos,
Todos delincuentes.
Lo que escribes está podrido.
El Sr. Hines lo dijo, y él era un profesor de escuela,
Él debería saberlo.
Vete y busca un trabajo.
(Traducción Diego Alfaro Palma)
miércoles, agosto 29, 2007
De los “Naufragios” al nuevo hombre
Una lectura de los “Naufragios” de Álvar Núñez Cabeza de Vaca
Una lectura de los “Naufragios” de Álvar Núñez Cabeza de Vaca
Por Diego Alfaro Palma
“La publicación que Heródoto de Halicarnaso va a presentar de su historia, se dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas, así de los Griegos, como de los bárbaros” . Esta es la advertencia que abre el primer libro de los nueve que conforman la “Historia”. Como Heródoto y Marco Polo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca se internó hacia lo desconocido sin escatimar en consecuencias, cumpliendo con esa intemporal tradición humana.
Sobreviviente del naufragio de la expedición de Pánfilo de Narváez a las costas de Florida en 1527, que costó la vida de 300 hombres, su labor testimonial no sólo resalta por la crudeza de su vivencia, sino por una cercanía extraña con lo humano y el paisaje. En él ya reconocemos al hombre renacentista en formación, categorización histórica que es superada en su propio relato, en un distanciamiento al prejuicio occidental hacia el “bárbaro”, para incluirlo en su palabra y denotar tanto sus virtudes como defectos.
Ante la rogativa de encallar y fundar una ciudad hacia el principio del relato nos dice: “y yo quería más aventurar la vida que poner mi honra en esta condición”. Y es que los “Naufragios” es una obra radical a su tiempo y de una trascendencia inédita. Su bitácora fue ejemplo e incentivo para una serie de empresas conquistadoras en España, como la de Hernando de Soto (1539-43) y de Coronado (1540-42), cuyas relaciones fueron influenciadas fuertemente por el conocimiento de la escritura de Cabeza de Vaca.
Así también, Rolena Adorno una de las importantes estudiosas de la relevancia de los “Naufragios”, ha seguido los pasos de las observaciones del conquistador alrededor de Europa. Tanto Fray Bartolomé de las Casas como Gonzalo Fernández de Oviedo habían aludido en sus textos a estas desventuras, pero sin duda uno de los datos fundamentales es saber que hacia 1556 Gian Battista Ramusio esgrimió la primera traducción al italiano, tan sólo doce años después de la primera edición española. Este traslado a la península itálica es determinante, pues los primeros acercamientos del mundo anglosajón se produjeron por ella. Hacia 1625 Samuel Purchas terminaba una versión abreviada, recepción que fue utilizada de propaganda para los primeros colonizadores ingleses en zarpar hacia América .
Y es que el pragmatismo y la patente subjetividad del narrador de esta obra pudieron parecer atractivos para un mundo inglés que abogaba por similar corriente empirista. La descripción de los hábitos de los nativos y del capital efectivo que muchas de esas costas significaban, proveerían de un arduo trabajo a los peregrinos que oportunamente verían aquella tierra como paraíso terrestre y vía de salvación.
El sin número de estudios realizados a los “Naufragios” supera la media hasta nuestros días y, tanto como Shakespeare o Cervantes, demanda la atención de un sin número de academias. De hecho, el personaje de Estevanico, uno de los cuatro compañeros sobrevivientes de Cabeza de Vaca, ha merecido una extensa labor interpretativa, llegando a ser reconocido como el primer africano (bereber) en costas norteamericanas y dedicando largas páginas a su memoria.
Esta obra, como muchas inabarcable, sorprende desde el primer momento por el tono que se desliza a través de los capítulos, un tono que no coquetea ni con la grandeza ni con el honor, sino que se presenta desde el fracaso mismo de la misión, depurado hasta la última línea y alejado de la confluencia mítica grecolatina o las interpretaciones bíblicas que aquejaban a muchas de las cartas de relación publicadas en esa época.
El presente texto busca indagar, dentro de sus posibilidades, en la originalidad que provee a la obra de los “Naufragios” de una cada vez más patente “contemporaneidad”. Al mismo tiempo que ahondar en su voz, en ciertos aspectos del relato y el sentido de “fracaso” que asola a la epopeya de Cabeza de Vaca.
I
Como Heródoto, el gesto de nuestro autor fue el de elaborar una pequeña barca de papel que sirviera de memoria para todos aquellos sucesos y seres que se entramaron en una misma travesía. Pero lo que primero notamos al abrir las páginas de la relación, es un hombre distinto, no uno que narre las maravillas de una civilización o que abogue por celebrar un orden social determinado. Es cierto que en el “Proemio” leemos la dedicatoria al rey Carlos V y el aviso que se deja entrever en sus párrafos iniciales. Sin embargo, el contenido de los “Naufragios” se desarrolla desde un punto de vista diferente, es decir, desde un centro meramente subjetivo: esta es la narración de las experiencias extremas de un hombre en un mundo del que no posee registros.
Cabeza de Vaca es el experimento de situar al hombre centro-del-mundo del Renacimiento en medio de la naturaleza hostil y de otros hombres que se acercan más al salvajismo que a la vía intelectual. El conquistador, portador de su fe, se ve abandonado con su Dios y sus conocimientos en un paisaje agreste, pasando de ser un hidalgo empobrecido en busca de riquezas, a un mercachifle o mercader para indios, a esclavo y habitante de la selva.
Su escritura es la defensa del hombre mismo, el ejemplo de la supervivencia alcanzada por sus propias manos. El rezo, ciertamente, es punto esencial del hado al que se siente sometido el personaje, pero no es mayormente un instrumento de salvación en la vida terrestre. Se nos cuenta en un pasaje el hundimiento de uno de los botes cargados de frailes que la tormenta ahogó y de los que no quedaron restos que identificaran su presencia en la tierra.
Su tarea como redactor es la de salvaguardar aquellos nombres a través del texto, de dejar una marca de esas 300 existencias que una tormenta desapareció y de los que la eternidad probablemente obviaría. El texto como tejido de la experiencia humana –propio de todos los tiempos y aún más acentuado en el Renacimiento- cobra aquí todo su valor como un acto del hombre para el hombre: un rescate.
De Pánfilo de Narváez nos cuentan los cronistas, fue la misión de doblegar la entereza de Cortés que escapaba de la isla de Cuba en conquista de los opulentos reinos de México. No obstante, gracias al oficio del narrador, podemos imaginar la muerte de aquel desafortunado aventurero que encontró la muerte frente a las costas de un país que jamás logró imaginar. Así también, tanto capitanes como meros componentes de las huestes se engarzan en la voluntad de una pluma de devolverles la vida y sellarlos en el tiempo. Reconocemos de esta forma dos casos, el del ansioso Juan de Velásquez y del griego don Doroteo Teodoro:
Uno de a caballo, que se decía Juan Velásquez, natural de Cuellar, por no esperar entró en el río, y la corriente, como era recia, lo derribó del caballo, y se asió a las riendas, y ahogó a sí y al caballo; y aquellos indios de aquel señor, que se llamaba Dulchanchelín, hallaron el caballo, y nos dijeron dónde hallaríamos a él por el río abajo; y así fueron por él, y su muerte nos dio mucha pena, porque hasta entonces ninguno nos había faltado. El caballo dio de cenar a muchos aquella noche.
Como los llamamos, vinieron a nosotros [i.e. los indios], y el gobernador, a cuya barca habían llegado, pidióles agua, y ellos la ofrecieron con que les dieses en qué la trajesen, y un cristiano griego, llamado Doroteo Teodoro, dijo que quería ir con ellos; el gobernador y otros se lo procuraron estorbar mucho, y nunca lo pudieron, sino que en todo caso quería ir con ellos
.
El caso de este último no puede sino ser digno de curiosidad literaria. Tras seguir a los indios para conseguir el abastecimiento de agua necesario para la tripulación, se acordó dejar un par de ellos en la embarcación por rehenes. Al día siguiente los indígenas volvieron con grandes cantidades a agua y al interrogarles el capitán por sus hombres, tanto rehenes como abastecedores desaparecieron lanzándose por la borda. De Doroteo y de su compañero de tez negra nunca más se supo.
Del personaje de Álvar podemos recalcar cualidades cognoscitivas asombrosas, sin que estas traspasen mayormente el ámbito de lo fantástico. Sus conocimientos de las estrellas le permitieron mantener correlación con la medición calendárica occidental, a la vez que su entendimiento en materias medicinales le brindaron cierta fama entre las tribus del sur de Norteamérica. Al mismo tiempo podemos, a través de esta escena, graficar el motor narrativo del autor; tras implementar sus técnicas curativas, más un soplo sobre el enfermo (que había adoptado de otras tribus) y la persignación cristiana, el hablante no infunde un trasfondo milagroso al asunto, sino a lo más, desde su perspectiva católica, ve como un cumplimiento divino la sanación de los indios.
A la vez el registro topa los márgenes de lo narrable. Más cercano a la crudeza dantesca, se nos cuenta de casos de canibalismo entre los sobrevivientes. Lo que Cabeza de Vaca hace es llevar un relato articulado, racional y medido en su subjetividad hasta sus últimas consecuencias, donde fondo y forma llegan a torcerse. Su frialdad es la que nos impacta, la opción de desnudar la fatalidad y mostrar al hombre en el límite de sus posibilidades, con su cuerpo sufriente y hambriento, abandonado del rey y la Providencia.
II
“Sus habitantes, hombres y mujeres, van desnudos y no se cubren ninguna parte del cuerpo y son idólatras. Hay allí bosques de árboles de sándalo rojo, de nueces de la India y de clavo, y tienen abundancia de brasiles y de diversas clases de especias” . Esto creyó hallar Colón en su llegada a América; identificó gran parte de las descripciones de Marco Polo con lo que avistaba. Sin embargo, este retrato no es el de las Antilla, sino de isla llamada Jana, en el reino de Lambri.
En 1513 Ponce de León, Hernández de Córdoba y don Laureano Pineda avistaron las costas Florida un día de Pascua. Al partir Cabeza de Vaca, ya eran conocidas las bitácoras de voz en voz y entre ciertos lectores privilegiados. Sin embargo, al contrario de Colón y los siguientes historiadores y poetas, el autor de “Los Naufragios” no cayó en identificar en sus palabras el nuevo territorio con los cuadros míticos que adornaron largas listas de crónicas.
Mucho se ha hablado de la inflexión que supuso para la teología católica el descubrimiento de América, donde gran parte de los pensadores y aventureros de la época creyeron ver justificadas las hazañas metafísicas de la escolástica. El Paraíso, la Torre de Babel, La isla del Purgatorio y hasta el Santo Grial fueron parte de esa cosmogonía fundacional del espacio americano, que de golpe significó una crisis en la representación de lugares inexistentes a la mirada europea .
¿Cómo dar cuenta de lo desconocido? ¿Cómo darle un asidero real a los sucesos y seres que se atiborraban en las páginas de los cronistas? Gran problema al que se debieron de someter estos primeros escritos, que intentaban llenar el vacío de lo asombroso e inefable de un continente que en nada se correspondía al lugar de origen. Debemos de tener en consideración que el Renacimiento lentamente comenzó a dejar como comprobación verídica el “principio de autoridad” que reinó durante la Edad Media; cada alusión debía de ser justificada, según los grandes filósofos y teólogos. Adentrándonos en los “Naufragios” todo esto desaparece.
Es impresionante corroborar cómo el autor se desliga, ya sea por desconocimiento o como método narrativo, de toda una gran tradición para edificar un texto libre de la tradición y los parámetros escriturales occidentales. Hoy podríamos señalar aquello como una virtud médica de analizar depuradamente el objeto considerado, pero sabemos que para la época esta ciencia estaba fuertemente influenciada por el neoplatonismo y la filosofía y alcanzaba aún su fase experimental. Como ya hemos dicho, allí reside el valor de lo humano en su obra, de proponer un diálogo del hombre por el hombre.
Para Matin Lienhard la experiencia de los primeros conquistadores se centra en una “literatura ‘egocéntrica’ – concentrada en el ‘yo’ del europeo, con sus deseos, sus convicciones, sus triunfalismos, sus decepciones, sus dudas” ; a la vez que considera a los “Naufragios” como la inauguración de “la novela autobiográfica moderna con su héroe subjetivo y trágico” . Y podríamos afirmar más aún, que esta “novela” es una de las primeras manifestaciones dialógicas del ser europeo “egocéntrico” con un “otro” indígena y tempranamente prejuiciado.
Tanto el personaje como la voz de la obra se muestran serenos y apacibles con aquella alteridad radical. Como Eneas, el héroe que tiene por propiedad la piedad y el concejo, para el narrador antes de las armas existe una instancia de entendimiento –con toda la dificultad que esto contenía para ambos lenguajes- para establecer términos pacíficos de convivencia.
El cronista se compadece de la fragilidad de los indios, de sus sufrimientos e “ignorancia”. Esto nos queda clarísimo en los pasajes dedicados a su periodo como médico y más aún en la “Isla de los Malos Hados” donde comienzan a morir, sin reconocer éste que es por culpa de su presencia, por la importación de nuevas enfermedades.
Paralelamente los indígenas se muestran en un primer momento misericordiosos con los perdidos aventureros. Siempre las condiciones de diálogo impuestas por los españoles parten por una necesidad vital, sea comida o sed o abrigo. Algunas de ellas se cumplen, otras llegan a la violencia por un desentendimiento entre ambas partes. Pero lo principal es que Cabeza de Vaca le dio la posibilidad de hablar a los habitantes de América a través de su gesto; comentó y narró sus costumbres, desde sus dietas alimenticias hasta los ritos funerarios, desde el arte de tensar flechas hasta las bulliciosas fiestas que no lo dejaban dormir.
Sin embargo, en pocas oportunidades habla América. La descripción de lugares y animales está limitada por la comparación y la utilidad. Por cada campo existe la visión del provecho, de tierra para vacas de pastar. En cuanto a la fauna, las aves son asimiladas a las que surcan cielo español y no se tiende hacia un bautizo de alguna forma nueva. Dentro de estas comparaciones encontramos la anotación de las características de un bisonte:
“Alcanzan aquí vacas, y yo las he visto tres veces y comido de ellas, y paréceme que serán del tamaño de las de España. Tienen los cuernos pequeños, como moriscas, y el pelo muy largo, merino, como una bernia; unas son pardillas, y otras negras, y a mi parecer tienen mejor y más gruesa carne que las de acá. De las que no son grandes hacen los indios mantas para cubrirse, y de las mayores hacen zapatos y rodelas; éstas vienen de hacia el Norte por tierra adelante hasta la costa de la Florida”
El paisaje no toma la posta de la narración, sino que se limita a ser estáticamente representada. En cuanto a las creencias de los indígenas –muchas de las cuales no logra comprender el narrador ni emparentarlas con los sucesos naturales- el autor traspasa la frontera del juicio a la transmisión de su fe, no cómo un afán evangelizador, sino como prueba de su superioridad, de poseer un Dios que es salvación. Es extraña esta relación con la fe porque se enmarca precisamente con el mestizaje entre medicina y superstición, que le es tan caro a su supervivencia.
Pero una de las situaciones más singulares del relato atañe a un ser desconocido que mucho se asemeja a los náufragos:
“Estos y los de más atrás nos contaron una cosa muy extraña, y por la cuenta que nos figuraron parecía que había quince o diez y seis años que había acontecido, que decían que por aquella tierra anduvo un hombre, que ellos llaman Mala Cosa, y que era pequeño de cuerpo, y que tenía barbas, aunque nunca claramente le pudieron ver el rostro, y que cuando venía a la casa donde estaban se les levantaban los cabellos y temblaban, y luego parecía a la puerta de la casa un tizón ardiendo.”
A lo que los españoles rieron, para nosotros no puede sino ser desconcertante. A través de todo el texto se nos habla de hombres abandonados a su suerte u otros como Lope de Oviedo que desapareció con unas indias, que van quedando aislados entre distintas tribus. El relato de “Mala Cosa” se une a otro suceso, también desconcertante, en donde para vivir de comerciantes, ciertos indios los inducen a decir que son “Hijos del Sol”, que para cada cual no puede pasar desapercibida si reconocemos en aquel seudónimo el mismo con el que fue recibido Hernán Cortés. A esto nacen las siguientes preguntas:
¿Pudieron otros náufragos –siguiendo la historia de “Mala Cosa”- haber rondado largos años por tierras americanas? ¿Pudieron estos haberse mitificado en los rituales indígenas? ¿Qué tanto influyó en la teogonía de los pueblos americanos la llegada de los españoles?
III
El 24 de de julio de 1536 los último náufragos arribaron a tierra conocida. Álvar, Castillo, Dorantes y Estebanico fueron recibidos en Ciudad de México por el Virrey de Nueva España don Antonio de Mendoza y por el ya celebrado Hernán Cortés. Tiempo después ambos se disputarían a la presencia de Cabeza de Vaca para una próxima expedición a la Florida.
Pero los ocho años de desgaste, vagando en tierras sin nombre, hicieron que todos desistieran, a excepción del negro Estebanico que habría de zarpar como capitán junto a Fray Marcos de Niza, amigo de Fray Bartolomé de las Casas . Esta expedición por ambos lados, cumplió con la influencia pacífica de bordear las costas en una especie de censo y notación de todas las tierras y poblaciones conocidas para un próximo asentamiento.
En el seguimiento de las ciudades de Cíbola, seguramente mientras tallaba una gran cruz, Estebanico encontró la muerte alcanzado por las flechas. Por su parte Castillo, aburrido de los viajes se asentó en México y Dorante y Cabeza de Vaca fueron hacia el rey para dar cuenta de su aventura y conseguir nuevos fondos, publicándose los “Naufragios” en 1542 en la ciudad de Zamora. En su tierra le fue concedido el título de Segundo Adelantado del río de la Plata, pero ya eso es otra historia.
“Los ‘Naufragios’, es todavía hoy, por su riqueza y complejidad, el texto fundamental entre la larga serie de relaciones que formaron lo que he llamado el discurso del fracaso” nos ha dicho Beatriz Pastor, y en parte ese es el límite que enmarcan las consecuencias históricas de la travesía de Pánfilo de Narváez, pero que siguiendo la línea que hemos dibujado en este ensayo, podemos entender más como una superación del “fracaso de la empresa”, un triunfo de la voluntad humana y de la fe que lo acompaña.
El análisis de Pastor bien justifica esta presunción, al hablarnos igualmente del “fracaso” como desaparición del paisaje como concepto estético, siendo un medio hostil y amenazador. El traslado que realiza Cabeza de Vaca es la de una epopeya de la subjetividad y, en ese sentido, se acerca mucho a la narrativa contemporánea. Pero sin duda lo que logra remarcar es que aunque el paisaje o la naturaleza hayan sido las culpables de su desventura, como individuo –incluyendo gran parte de las muertes que acontecieron- logró dar un paso fuerte contra esa amenaza.
En cierta manera, observamos en el relato de Cabeza de Vaca uno de los primeros sesgos de una humanidad que –poseyendo una fe y un sentido de trascendencia- toma fe en sí misma y tanta como para ser testigo y cronista de los extremos que ha de sortear el hombre y de cómo la palabra de uno es la sobrevivencia de toda una especie.
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